Me fui a ser feliz. No regreso.

Me fui a ser feliz / on a quest of happiness

Logo ThumbnailHoy tengo 63 años. Me siento de maravilla y con energía. Vivo en estado de asombro continuo, emocionado y agradecido, mientras que llevamos la vida en medio de este nuevo normal.

Debido a la pandemia del covid-19, me he mantenido en casa la mayor parte del tiempo, muy posiblemente como vos. Sin embargo, dadas las circunstancias, lo mío podría además asemejarse a retiro o jubilación, cuando no es así. Ni uno ni lo otro.

Dicho esto, debo reconocer que a menudo me pregunto: ¿debí hacer este giro antes? (Los signos de pregunta son intencionales, pues me lo cuestiono, no lo afirmo). Yo no creo que todo llega a su tiempo, pues tanto hay retrasos como anticipos. Además, tiene mucho que ver con uno.

Así las cosas, confieso que sí me siento bastante retirado. Esto desde luego es una gigante contradicción por una simple razón: ¡estoy aquí!  Y chistoso a la vez, tampoco lo estoy. De hecho, vivo más presente que antes. Alerta. Observante. Sintiendo. Con perspectiva de tiempo y distancia. Simplemente hoy viajo en una nueva ruta y modalidad.

Entonces, debo considerarme ¿reciclado? en vez de ¿retirado?  También podría decir con más precisión que estoy tomando un descanso en un ¿recreo?  Cuando estoy en modo trabajo, soy ferozmente fiel a la responsabilidad y mi oficio. A la vez, cuando me encuentro en un momento como éste, también me descubro que continúo proactivo y generando ideas. Por esto, podría estar en ¿renovación? ¿revolución? ¿refrescamiento? ¿renacer? o simplemente en un ¿reset?

Cualquiera sea la etiqueta que me quieran colocar, lo cierto es que finalmente estoy completamente libre de toda responsabilidad operativa y emprendimientos corporativos. Por esto, me siento aliviado y entretenido en medio del nuevo normal, avanzando hacia delante y disfrutando la oportunidad de hacer una nueva diferencia.

Llegué hasta aquí después de vender las compañías del grupo a diferentes compradores; en tres transacciones a multinacionales de renombre. También cerré un par de empresas, me desvalijaron en dos casos y cedí otras dos. Sumaron más de veinte en total; fue divertido y aprendí mucho.

Había construido un laberinto con alcances modestos en ocho países. En nuestro pico empleamos a más de 1,000 personas. Luego, un buen día descubrí que me quería salir y por años busqué la salida. Me sentía atrapado —tal vez como te has sentido vos por momentos— y con fantasías escapistas de aquella jaula dorada.

Había dejado de divertirme –deseaba más tiempo con mi familia y conmigo– y en algunos casos, pude ver venir amenazas inminentes y demasiado grandes. Por años había dicho que no me quería morir publicista. Con el tiempo adquirí intolerancia a brand managers y gerentes de mercadeo. Me volví alérgico a los socios y las reuniones, a los malos anuncios y la falta de las agallas que necesita la creatividad.

En consecuencia, decidí no dejarme ni un 1% de las empresas que inicié, ninguna de las participaciones que adquirí ni tampoco en un caso que heredé. Ya no ostento ningún título corporativo, tarjeta impresa de presentación vigente, oficina ni asistente. Elegí una tercera fase de la vida diferente de la segunda.

Me fui a ser feliz. No regreso.

A lo largo de una década tal vez, no caminamos a zancadas sino a pasitos firmes con la direccional prendida y “la mirada fija” hacia la libertad. En sociedad con mi esposa Alex, decidimos no ir por más de lo mismo ni siquiera por otra cima. Tampoco al éxito según lo define la sociedad o la reinvención trillada de la que hoy se habla mucho. Simplemente tomamos el camino hacia una nueva vida.

El retiro, en mi opinión, presupone una sola vida con relación a nuestras carreras. Por esto, estudiamos, trabajamos y décadas después nos pensionamos. Esto no me gusta, pues supone una visión lineal y un tanto aburrida, que descarta la posibilidad de vivir etapas completamente diferentes unas de otras. Por esto, elegimos movernos en dirección a genuinas diferencias que se basen en la experiencia acumulada.

Comprendo que más de un joven competidor deseaba encontrarme en el octágono de los publicistas, de los empresarios o la competencia en las escuelas de negocios. A todos ellos defraudé, pues decidí salirme antes y dejar las luchas incrementales en las que estaba. Por esto, llegó tarde quien quiso “sacarme la sangre” —sonrío aliviado— pues los retos no venían ni pequeños ni menores.

Al otro extremo del arco iris, como me lo reiteró un inolvidable día en el mar entre competidores-que-nos-hicimos-amigos, “arrieros somos, y en el camino nos vemos”. La ley de la cosecha no es concepto sino principio. Y por esto, de 40 años en negocios, me quedan amigos y amigas de maravilla, cultivados en el mundo de los negocios.

Estoy vivo y agradecido. Con mucha ayuda, guía y consejo pude dejar ir todo aquello que creía definir mi identidad, sin percatarme que podría ser máscara o armadura.

Quise ser simplemente yo, para descubrir lo que quedaría después. La realización personal no podía estar en función de una empresa o un premio más. Por esto, en la ruta, creció una irresistible curiosidad por descubrir qué habría más allá de la carrera de ratones. Así hoy me doy licencia para gozar el feliz y simple momento que —a Dios gracias– vivimos hoy. Para amar, servir y dar, eligiendo bien.

Por esto, no me dejo de preguntar: ¿de dónde salió esa idea del retiro? Por el contrario, lograda la libertad operativa, pienso que uno puede estar más presente que nunca. ¡Qué lindo contrapunto!

Que no estemos en una compañía empresarial no quiere decir que nos hayamos retirado —y solo para seguir jugando con la línea del vaivén— cabe la posibilidad de que así seamos mejor compañía auténticamente personal. A nuestra familia —la de verdad—. A nuestros amigos —los de verdad—. A la vida —la que se siente y no la que se contabiliza.

A menudo lo conversamos entre los compañeros de la Escuela Metodista, del Colegio Saint Francis, de Georgetown o del Incae. Después de tanto tiempo transcurrido, seguimos siendo compañeros y nos queremos más. Por esto también, nos mantenemos conectados. Por ellos sigo acompañado en este cruce de mares a nuevos tiempos. De una u otra manera, es la permanente búsqueda por la felicidad, aún en medio de pandemia y las nuevas amenazas.

En el camino, decidí traerme el blog de vuelta a este espacio digital por donde pasan dos o tres. Dichosamente y para mi alegría hoy viniste vos. Esto me hace muy feliz y te lo agradezco. ¡Es increíble que hayás llegado hasta aquí! Este es un lugar público y muy privado a la vez. Escribo para mí y para vos. No para los demás.

Así, he alineado la vida con las prioridades de mi corazón. Como lo dice un viejo comercial de Nike: “Estoy arrugado y lleno de canas. Pero no estoy viejo”. Y agrega también: “No estoy fuerte para mi edad. Soy fuerte”.  Aunque ya no corro maratones, corro cortinas. Construyo otros sueños y los vamos haciendo realidad. Con pasión y sin presión.

Estoy vivo y estoy en paz. Incluso cuando me toca elegir de quién alejo o de quién me desconecto. Por esto, como bien lo dijo un tuit que leí: “I will unfriend, uncousin, unco-worker, unfollow, unfamily a draining soul really quick. Period”. De la toxicidad, lo dañino y lo que no conviene debemos separarnos. Pronto. ¡Es un gran alivio!

Estoy vivo y todo me lleva a celebrar. Para lo que sigue no tengo ni plan ni objetivo, no hay racional creativo ni brief. He decidido descongestionar y descompresión. Avanzaremos dándole permiso a la vida para que nos traiga sus regalos. Será un trayecto de serendipia intencional, para permitir espontaneidad, lo inesperado y lo no pensado.

En resumen, me bajé de la balsa en los rápidos y me subí al kayak.

Viendo hacia delante, lo veo así: amar — vivir — significar.

¡Salud!

 

From left to right: Ahmet Uysal, Alexandra Oller, Jorge Oller, Holly Sheffield and Nazim Tokuz. Photo taken on Figure Eight Island, while visiting Gisela and Dan Hood.

 

 

 

 

 

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