Tal vez las tres primeras palabras del encabezado de este texto te hayan hecho evocar la campaña de Adidas «Impossible is Nothing», pero no, no pretendo escribir sobre ella (aunque con mucho gusto acompañaré el texto con uno de sus icónicos comerciales). Tampoco sobre el impacto que este mismo eslogan tuvo en la cultura de la agencia de Maurice Saatchi, la que lleva su apellido y llegó a convertirse en el grupo publicitario más grande del mundo en los años 70.
Podría referirme a Lionel Messi, Novak Djokovic o Michael Jordan, discutiblemente «goats» —acrónimo inglés de «Greatest Of All Time», el mejor de todos los tiempos— en sus respectivas especialidades deportivas, porque sus vidas han estado regidas por estas mismas tres palabras y son un verdadero ejemplo de la combinación de talento, sacrificio y disciplina. Pero no es mi intención, al menos hoy.
He decidido que no me dejaré llevar por lo que se deduce de manera intuitiva leyendo el título. En su lugar, voy a alejarme de lo previsible para compartir una feliz historia y declarar mi sincera admiración por el que es mi favorito de entre los cuatro Beatles: Sir Paul McCartney, o «Macca», sobrenombre con el que de forma cariñosa es conocido desde hace décadas.
No creo que sea necesario presentar al autor de «Yesterday» (1965), «Hey Jude» (1968) o «Let it be» (1970) con The Beatles y de otras tantas docenas de éxitos musicales inmortales en solitario, como por ejemplo «Maybe I’m Amazed» (1970), dedicada a su mujer Linda, o «Live and Let Die» (1973). Fue nombrado «Sir» por la reina Elizabeth II en 1997 por sus «contribuciones a la música», y su fortuna, superior a los mil doscientos millones de dólares según los últimos informes públicos del Sunday Times, es incluso mayor que la de Taylor Swift, y eso es algo notable, considerando el inmenso éxito de la extraordinaria cantante de Nashville en la actualidad.
Soy fan de Macca, lo reconozco abiertamente y con orgullo. Ha creado himnos atemporales que resuenan con distintas generaciones y su huella es imborrable. Las letras de sus canciones capturan la esencia de la experiencia humana, mezclando simplicidad y profundidad, y llegan a lo más hondo del alma.
Confieso que uno de mis sueños es conocerlo en persona, aunque tendría tanto que celebrar que un apretón de manos y un «selfie» improvisado se quedarían cortos. Me gustaría poder tener la oportunidad de cruzar algunas palabras para intentar provocar en él el deseo de revelar alguna anécdota, quizás algo que nadie más sepa.
Algún día remoto. Quién sabe, puede que pronto.
En cualquier caso, no quiero destacar hoy aquí la figura de Paul McCartney en relación con su fortuna o sus triunfos musicales, cuestiones de las que podríamos hablar largo y tendido. Lo que quiero compartir con vos es, desde mi perspectiva, su historia más reciente.
La fuerza de creer que nada es imposible
Un pequeño inciso.
Negar que los imposibles existen es más propio de la fantasía, una quimera. Es ridículo pensar lo contrario. Sin embargo, nada nos impide, partiendo de esto, afrontar la vida y todos sus desafíos con el «nada es imposible» como actitud.
He aquí la clave. Actitud.
Hay quienes toman este enunciado y lo transforman en un burdo consejo con el que pretenden decir que cualquiera puede lograr lo que se propone. Pero ¿quién puede defender semejante disparate? Las limitaciones existen. Las he vivido, las vivo y las seguiré viviendo.
El «nada es imposible» puede ser una actitud, una disposición frente a la adversidad. Siempre invito a asumir el lema como una forma de vida.
Ante cualquier problema o dificultad, ante toda oportunidad o momento, es mejor arremeter con la energía que viene de una actitud positiva, con la mentalidad de que es posible resolver un contratiempo sin importar su complejidad. Así llegaron a la cima del Everest el neozelandés Sir Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay en 1953. Y esa misma actitud es con la que en 1961 John F. Kennedy se propuso llevar a un hombre a la Luna y devolverlo a salvo a la Tierra antes de finalizar la década.
Con el «nada es imposible» por bandera, gigantes como Reed Hastings (Netflix), Jack Ma (Ali Baba) o Elon Musk (Tesla, SpaceX, X) son protagonistas de éxitos sin precedentes. Individuos que afrontan los problemas como oportunidades por aprovechar y de las que servirse para crecer.
La historia poco conocida de «McCartney III», el decimoctavo álbum de Macca
Al igual que todos en el mundo entero, el confinamiento obligatorio durante la pandemia del Covid19 obligó a Paul McCartney a recluirse en su casa, en Sussex. Sin embargo, en lugar de percibir el encierro como un revés de la vida, decidió dedicar su tiempo a lo que mejor sabe hacer: crear, componer y producir música.
Fueron muchos los artistas que como el genial compositor británico se encontraron con un tiempo inesperado.
Guiado por el «Nada es Imposible» que le ha caracterizado durante toda su vida, Macca afrontó la reclusión, sin posibilidad de salir, como una oportunidad para volver a sus raíces y crear algo íntimo y crudo. El resultado fue «McCartney III», un álbum grabado casi en su totalidad en el estudio de su vivienda entre marzo y julio de 2020.
Él mismo se encargó de la instrumentalización y de la mayoría de los coros, siguiendo la tradición de los álbumes «McCartney I» y «McCartney II». Compuso piezas que basándose en creaciones sin terminar y apuntes del pasado, en un proceso completamente honesto, natural y espontáneo. Y su voz es la propia de un cantante a punto de cumplir 80 años, sin pretensiones ni impostaciones ajenas. Es McCartney III, suyo y alternativo.
En las letras, uno puede sentir la soledad y la incertidumbre que caracterizaron la pandemia y apreciar habilidades musicales cultivadas por décadas. Melodías pegajosas, sin complejos y completa naturalidad. Tal cual es Paul, música sensible, divertida y para gozar.
Mi canciones preferidas son la intensa Deep Deep feeling y seguidamente la alegre Find my way. También disfruto muchísimo Long Tailed Winter Bird, que a mi juicio confirma la genial creatividad de McCartney en su más pura simplicidad.
Aquí les comparto dos trailers con los que anticipó el lanzamiento del álbum.
Alcanzar lo inalcanzable: álbum del año en Gran Bretaña 31 años después
«McCartney III» se lanzó en plena pandemia, lo que lo convirtió de inmediato en un mensaje de resiliencia y creatividad frente a la adversidad del momento.
El álbum reforzó la reputación de Macca como un artista que continúa innovando y evolucionando, incluso después de seis décadas en la industria. Confirmó su talento y maestría, y le permitió reiterar su amor por la música, la disposición a experimentar y el compromiso de mantenerse fiel a sus impulsos creativos sin importar la situación.
Resultó un éxito inmediato. Debutó en el número uno en la UK Albums Chart en diciembre del 2020, y se convirtió en el primer álbum en solitario de Paul McCartney en alcanzar esa posición desde «Flowers in the Dirt» en 1989. Nada más y nada menos que 31 años entre esos dos logros.
Asombroso. Una auténtica maravilla.
Transformar lo imposible en posible
La carrera y la vida de Paul McCartney encarnan perfectamente el espíritu del «nada es imposible». Y lo vino a confirmar una vez más cuando nos regaló esta mágica creación durante el encierro de la pandemia. La filosofía es perceptible en el resultado de su trabajo y en su capacidad para seguir creando música relevante y cautivadora.
«McCartney III» es una celebración de la vida, de la música y del inmenso talento de un hombre que sigue demostrando, contra todo pronóstico, que se logra lo extraordinario cuando se vive con la mentalidad de que «nada es imposible», factor clave para alcanzar el éxito en todos los ámbitos.
Me alegró mucho saber que muy pronto, a principios de noviembre, Macca dará un concierto en Costa Rica. ¿Podría ser que mi sueño de conocerlo se haga realidad? En su próxima visita no será, pues estaré cruzando el Atlántico por 12 días en una aventura de la que escribiré más adelante.
¡Pura vida!
El «nada es imposible» en Tribu
Quienes tuvieron la oportunidad de recorrer nuestros espacios se encontraron con las tres palabras allá donde vieran. En el piso, en las ventanas, en los mantelitos del comedor… Queríamos que fuera siempre parte de nuestra cultura.
Procuramos convertir el lema en un mantra, en una forma de preparar las presentaciones cuando tratábamos de conseguir una nueva cuenta y también cuando buscábamos la aprobación final. En todo momento, deseamos que esa fuera la actitud.
No fueron pocas las ocasiones en las que un cliente llamaba con un «tengo un problema», para, de inmediato, ser interrumpido con un «tenías un problema. Ahora es nuestro». Luego le pedíamos que nos contara qué ocurría, con lo que la predisposición anímica se transforma positivamente.
La cultura es más importante que la estrategia. Y la nuestra estaba impregnada del «nada es imposible» que hoy no me he cansado de repetir.
La actitud para superar cualquier obstáculo
Cuando terminamos de construir el edificio «Tributo», en el entonces llamado «Campus Tribu», nos encontramos con un imprevisto muy incómodo: nuestros ingenieros se habían equivocado descomunalmente en las estimaciones de estacionamientos necesarios para todo el personal de la entonces llamada Bosz Digital —hoy Prodigious—.
En contra de nuestra voluntad, nos vimos obligados a invadir el terreno baldío frente a las instalaciones con docenas de automóviles, mientras intentamos comprender el caos repentino y buscar una salida. No nos quedó otra. Se trataba de una propiedad que nadie usaba de la que era socio a partes iguales con dos prestigiosos empresarios del país, pero aquello derivó en conflictos y conversaciones difíciles. Llegué a sentirme en una suerte de callejón sin salida muy angosto y oscuro.
La única solución que se nos planteaba era la construcción de otro edificio en un terreno trasero contra una quebrada, pero aquello tomaría meses y en principio no resultaba viable económicamente.
Fueron momentos duros y acongojantes. No obstante, después de arduas negociaciones y grandes sacrificios, logramos dar forma a un edificio capaz de albergar más de doscientos vehículos.
Lo que parecía imposible se volvió posible gracias a la actitud adecuada y a la perspectiva optimista.
Como descargo al mundo que nos rodeaba, de forma intencionada y elegante, decidimos dejar un mensaje en clave morse y a una altura de cuatro pisos:
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Nada es Imposible