“El hombre no puede descubrir nuevos océanos a menos que tenga el valor de perder de vista la orilla”
André Gide
“Un viaje de mil millas comienza con un solo paso.”
Lao Tzu
Desembarcamos del Ilma hace ya varias semanas. Me senté frente al teclado y mis dedos se congelaron. Mi mente insistía en redactar una especie de informe mientras mi corazón pedía simplemente compartir lo vivido. Conmovido por la experiencia, entendí que las yemas de mis dedos aún no estaban conectadas con mis emociones, y decidí darme algún tiempo para que los sentimientos encontraran su lugar.
Todavía sigo conmocionado, intentando descifrar, asimilar e interpretar todo lo vivido. Los primeros párrafos que escribí al regresar terminaron en el basurero; sentí que necesitaba espacio para procesar tantas emociones en lo que fue una exploración sin precedentes. Por esto, una publicación en este blog será insucienciente, pues aquello fue intenso por decir poco y mágico y profundo y transformador.
Ese viaje marcó un antes y un después en mi vida, como raíces que penetran hasta lo más profundo del océano de la existencia. Fuimos unas 370 personas conectando, compartiendo y soñando juntos. Imaginamos, de manera tan sensible como tangible, cómo es posible construir un mundo mejor centrados en regenerosidad.
Hoy, desde la calma en estos días finales del año, permito que las memorias fluyan. Finalmente encuentro el momento para narrar la esencia de mi travesía personal, esa que físicamente nos llevó desde Lisboa hasta San Juan en los primeros días de noviembre, pero que, en lo espiritual, me transportó a una nueva dimensión.
Las expectativas y el asombro por lo desconocido
Intenté abordar sin mayores expectativas, más allá de las relacionadas con el barco, su confort y facilidades. Sin embargo, mi comprensión previa de una conferencia, asamblea o festival me llevó a imaginar esas típicas identificaciones colgando del cuello, hechas de plástico barato, o las incómodas calcomanías o gafetes con nuestros nombres pegados al pecho. Ahora no puedo evitar reírme de mí mismo, porque estaba completamente equivocado y mal guiado por mis preconcepciones.
No conocía a nadie a bordo, salvo por unos cuantos rostros que había visto en pantallas por un par de breves videollamadas. Reconozco que las primeras horas fueron incómodas, marcadas por una ceremonia de apertura que, como una campanada resonante, me dejó claro que esta experiencia sería muy diferente a lo que imaginaba. De Earth One tampoco sabía mucho: ni de sus fundadores ni de su corta trayectoria. Sin embargo, una vez más, confié en mi intuición y avancé, impulsado por esa curiosidad que tantas veces me ha llevado a lugares extraordinarios.
El inicio estuvo marcado por un ritual que anticipaba una experiencia completamente fuera de la matriz convencional. Este momento único fue protagonizado por personalidades en hermosas vestimentas, desde los líderes y organizadores de Earth One hasta figuras espirituales como un rastafari jamaiquino, un chamán del Amazonas ecuatoriano, swamis de la India -aunque uno era alemán-, personas nativas americanas y el taíno cubano, entre otros. Cánticos, flautas y tambores, inciensos y oraciones llenaron la cubierta del barco con una magia deslumbrante en su sencillez, mientras el atardecer pintaba una escena inolvidable con el puerto de Lisboa en el trasfondo.
Sin conexión alguna con todo lo conocido en mi pasado como publicista y empresario —un “arribado” desde Santa Ana, en la pequeña y lluviosa Costa Rica—, me propuse descubrir las nuevas dimensiones que se abrían ante mis ojos. Me sentí como un niño otra vez y me di permiso para integrarme con intencional amabilidad y una apertura genuina hacia lo que estaba por venir.
Fue una experiencia inesperadamente espiritual, sin que por ello dejara de ser desafiante. Sorprendentemente humana. Maravillosamente íntima. Profundamente transformadora. Una vivencia única, virtualmente irrepetible.
Cruzar el océano de la transformación
Navegamos el Atlántico, como lo ha hecho la humanidad desde los tiempos de Colón, en unas 6 o 7 millones de ocasiones. Lo cruzaron esclavos y migrantes, piratas y armadas, en nombre del comercio, la paz o la guerra. Lo hicieron por voluntad propia, por escape, exploración o porque no tenían otra salida. Nuestros antepasados lo atravesaron y muchos más lo seguirán haciendo.
Cada travesía dejó huellas imborrables; millones de vidas cambiaron para siempre al cruzar de un extremo al otro. Es inevitable no pensar en aquel joven catalán que cruzó el Atlántico en 1901: Pedro Oller Brugueras, mi abuelo por adopción, quien lo dejó todo para nunca regresar. Su decisión transformó su vida y, un siglo después también alcanzó la mía.
Para mí fue la primera vez cruzando en barco, y quizás también la primera ocasión en que unos cuantos centenares de personas viajábamos voluntariamente con una visión compartida: la regenerosidad como esencia vital para la humanidad.
En este viaje cruzamos fronteras y abrimos posibilidades. Y, en lo personal, debo decirlo: me volaron los sesos y muy especialmente me abrieron el corazón. Fui testigo y observador de una dimensión de la humanidad que hasta ese momento me resultaba desconocida.
Cruzar océanos, reales o metafóricos, es practicar el arte del desapego y abrirnos a nuevas posibilidades.
El hilo de la espiritualidad de una tierra
En esta experiencia, recibí mucha información, pero nada me impactó tanto como lo que descubrí en el plano espiritual. Escuché una definición de espiritualidad que se resumía en una sola palabra: conectividad. Esa sencilla y poderosa idea me ayudó a comprender mejor, de manera concreta, la importancia de la espiritualidad en nuestras vidas.
Conexión con la naturaleza, con el océano, con todos los seres vivos y con las personas de cada rincón del mundo. Conexión con nuestros ancestros y con quienes vendrán después. Conexión con nuestros vecinos y con extraños. Conexión con nuestros orígenes y con nuestras ilusiones. Conexión auténtica. Conexión sincera. Conexión.
Durante la travesía, todo en el barco estuvo impregnado de espiritualidad, que llegó desde todos los lugares y en diversas formas. Esa conexión espiritual se entrelazó con cada conversación, idea y reflexión. Al hablar de nuevas economías, de gobernanza, de océanos, de resiliencia o de cualquier otro tema, quedó claro que todo es mejor y más profundo cuando se aborda con un auténtico sentido de espiritualidad.
Bastaba con entrar a cualquiera de los restaurantes, lleno de rostros desconocidos, para descubrir la magia de la conexión. Encontrar una mesa con un asiento vacío era suficiente para, una hora después, salir con 8 o 10 nuevos conocidos. La sonrisa y la calidez de cada persona se manifestaron en cada momento, acompañando la experiencia de principio a fin.
Y entonces, todo cobra aún más sentido: con gentileza, sensibilidad y amor descubrimos la verdadera profundidad y posibilidades de nuestras conexiones.
Este viaje fue mucho más que un cruce del Atlántico; fue un testimonio notable del poder de la conexión, la colaboración y la creencia compartida de que, juntos, podemos construir un mundo mejor.
Los seis gremios -guilds- y la regenerosidad
El barco se dividió en 6 grandes grupos, donde patrocinadores, expertos, miembros y participantes nos enfocamos en diferentes énfasis.
Nuevas economías, bioculturas, resiliencia, océanos, inteligencias y mi elegida gobernanza, separaban al grupo varias veces al día durante una buena parte del viaje. En cada encuentro se compartían ideas y propuestas, se descubrían proyectos y realidades, se generaban iniciativas y se lanzaron nuevas posibilidades. Se crearon grupos de trabajo, se abrieron nuevas comunidades y se crearon prácticas concretas para hacer una contribución efectiva al planeta.
Las ondas y alcances de toda esta gran discusión están por verse. El efecto en cascada que se irá gestando podrá influir de una y mil formas por los tiempos venideros. La complejidad de retos es inmensa y las propuestas han sido potentes, creativas, simples a menudo y también innovadoras. El efecto será posiblemente tan sutil y tan poderoso como el del aleteo de una mariposa, pues viajará por todos los rincones del mundo por cortesía de la regenerosidad.
Así es. Una palabra o concepto que integra dos valores fundamentales: la regeneración y la generosidad. Para mí, representa una filosofía de vida que busca sanar, restaurar y enriquecer tanto nuestro entorno como nuestras relaciones, con una intención profunda de construir un futuro más equilibrado y sostenible.
Es un llamado a actuar con una conciencia clara de nuestra conexión con la naturaleza, las personas y el mundo que habitamos, reconociendo que solo a través de la generosidad podemos impulsar la regeneración. Es dar desinteresadamente: tiempo, recursos y energía, para reparar lo que ha sido dañado y crear algo que trascienda los límites individuales.
La regenerosidad no es solo un ideal, es una práctica diaria que nos invita a vivir con propósito, contribuyendo a un cambio tangible en nuestras vidas y en el mundo que compartimos.
En este viaje, los gremios y la regenerosidad se convirtieron en el núcleo de un diálogo profundo y transformador. Cada propuesta, cada idea y cada conexión nacida a bordo reflejó un anhelo compartido por sanar y restaurar nuestro mundo. Pero detrás de cada proyecto y cada iniciativa, había algo más: un tejido invisible hecho de intenciones y emociones, que nos recordaba nuestra humanidad común.
Ese tejido es espiritualidad en acción, una fuerza que no se ve pero que se siente. Está presente en cada conversación, en cada mirada y en cada acto de regenerosidad. Porque, al final, todo lo que hacemos por el bien común tiene sus raíces en esa conexión espiritual con todo lo que nos rodea.
Así, cerramos este capítulo para abrir la puerta a un espacio aún más profundo: el espíritu de lo que somos, lo que compartimos y lo que juntos aspiramos a transformar.
Nakaloka y la historia de Ram
Entre los muchos encuentros que me dejaron maravillosas conexiones, debo destacar uno en particular que tuvo un impacto especial en mí.
Todo comenzó con un concierto sagrado de Victorien y Månika Dogra, llamado Nakaloka, una experiencia de unas tres horas, profundamente conmovedora. Esa conexión inicial se profundizó aún más cuando, por invitación, pasé cinco noches en su suite escuchando la historia de Ram, narrada con sabiduría y serenidad por Swami Chidananga, en medio de velas a batería y mágicos acentos musicales.
Ellos lograron una combinación única, fusionando su calidez, talento, conocimiento y una generosa disposición a compartir. La historia de Ram, repleta de moralejas y enseñanzas, forma parte de la rica tradición milenaria de la India. Para mí, su mayor impacto estuvo en descubrir el arte del desapego, presente en cada giro de su narrativa. Tanto me marcó esta experiencia, que he decidido modificar el epílogo del libro que estoy escribiendo para incluirla como una píldora de reconocimiento a los aprendizajes adquiridos y a la profundidad de lo vivido.
Como un regalo más de la vida, han aceptado nuestra invitación para visitarnos en Costa Rica, donde compartiremos, viviremos y continuaremos esta celebración. Presentarán Nakaloka y tendremos numerosas oportunidades para conversar con Swami. Serán unos 10 días en los que podré revivir y compartir lo más hermoso de la experiencia vivida a bordo del Ilma al cruzar el océano Atlántico.
Earth One para un mundo que le necesita
Al cerrar esta publicación, no puedo dejar de destacar la importancia de Earth One, una organización que encarna la regenerosidad como una filosofía de vida y acción. Liderada por Bear Kittay, cofundador y visionario, alquimista de relaciones humanas, su fuerza y compromiso son motores esenciales en esta misión. Su liderazgo no solo inspira, sino que también impulsa un movimiento que integra la regeneración y la generosidad como principios fundamentales para enfrentar los desafíos globales.
Iniciativas como Earth One son esenciales en un mundo que necesita urgentemente un cambio profundo y sostenible. Movimientos que promuevan la conexión, la colaboración y la acción regenerativa son faros de esperanza y transformación. Su capacidad para reunir a personas de todos los rincones del mundo en torno a un propósito compartido es un testimonio del poder que tiene la humanidad cuando se organiza en torno a valores auténticos y esenciales.
Aunque aún no he decidido incorporarme plenamente a Earth One, su visión y propósito resuenan profundamente conmigo. Valoraré cuidadosamente esta posibilidad, reconociendo el impacto positivo que movimientos como este pueden tener en nuestras vidas y en el mundo que compartimos.
La regenerosidad es mucho más que un concepto; es una invitación a actuar desde la conciencia, con sensibilidad y amor, para construir un futuro que honre nuestra conexión con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. Y en este sentido, el trabajo de Earth One es un recordatorio poderoso de que juntos podemos crear un cambio real y duradero.