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Cuando el pasado insiste, el futuro llama

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The Slow BurnLa vida me está presentando sus regalos con una intensidad que jamás había experimentado. Quizás se deba a que la partida de mi madre ha abierto puertas que no sabía que existían, porque perderla ha sido como desprenderme una parte de mí que daba por sentada, y en el proceso de duelo me he descubierto reflexionando sobre la muerte, sobre la fugacidad de la vida, sobre lo rápido que el tiempo nos arrastra y sobre el insondable misterio de la existencia.

Su ausencia dejó un vacío que no solo trajo tristeza, sino también preguntas. Ese concepto lejano y abstracto que es la muerte se volvió súbitamente real, tangible, y tal vez por eso tengo los poros más abiertos. Siento que ahora estoy percibiendo la vida con una sensibilidad distinta, casi como si mi piel pudiera absorber las emociones directamente.

Es una fase extraña. Dolorosa y hermosa a la vez. Como una tormenta que arranca de raíz lo viejo, dejando el suelo fértil para algo nuevo. Pero en esta transformación he descubierto algo curioso:   el pasado no suelta tan fácil. Tiene una forma peculiar de aferrarse a nosotros. A veces es un susurro que nos recuerda quiénes fuimos, otras un peso que nos ancla.

El pasado insiste, empuja, se disfraza de nostalgia, de tradición, de memoria honorable. Sin embargo, se vive el presente con una sensibilidad ampliada y a la vez, el futuro llama.

Hoy estoy en ese punto exacto donde se elige, entre la nostalgia y la posibilidad, entre lo que ya no es y lo que aún no ha sido, entre quedarme atrapado en lo que fue o dejar ir para avanzar. Y no se trata de olvidar, sino de aprender a vivir con la ausencia y dejar ir.

Abiertos al cambio, abiertos a la vida

«El tiempo se desvanece tras los que dejan este mundo». Esta frase la escribió Simón de Beauvoir en Una muerte muy dulce, un libro en el que la filósofa francesa relató la enfermedad y muerte de su madre y reflexiona sobre el duelo y la mortalidad, y en el que también se nos muestra que, aunque la pérdida de alguien a quien querés deja un vacío irreparable, la vida continúa, y con ella llegan nuevas oportunidades de crecimiento y transformación.

La muerte, con su brutal certeza, nos enfrenta a lo inevitable: la vida sigue. En este sentido, el duelo es una lección sobre el cambio. Nos recuerda que aferrarnos al pasado es inútil, que debemos abrirnos a lo que viene, a la misma vida. Y siempre dispuestos a explorar territorios desconocidos, incluso sin mapa, así sea con la intuición como única brújula.

Este es un cambio íntimo, personal y profundo. Y no debemos dejar que la sociedad —con su obsesión por los moldes— nos defina por lo que éramos, sino por lo que somos.

Nos quieren enmarcar en etiquetas caducas, encerrarnos en versiones antiguas de nosotros mismos, como si el tiempo no fluyera.

Pero, como escribí hace cinco años en el postEl Arte del Desapego”:

«Por esta travesía sumando décadas de lucha y trabajo, llegué a la convicción de que no me define ninguna empresa. No me define un puesto, un título universitario, un premio o una placa con mi nombre grabado en dorado. No me define el tamaño de la oficina ni la marca del auto que conduzco.

No me define un reloj.

No me define un asiento en primera clase.

No me define el último partido de ajedrez que perdí.

No me define nada de esto, a menos que yo lo permita. Por eso decidí no otorgarle autoridad a un edificio, un balcón con vista o una tarjeta de presentación con letras elegantes.

Después de 40 años en negocios, no soy un hombre de negocios. Después de décadas en publicidad, no soy publicista. Fui locutor, y aunque extraño los micrófonos de Radio Mil y Monumental, tampoco eso me define.»

No soy. Estoy

Nos define quiénes somos, no lo que poseemos. Nos define nuestro carácter, nuestra generosidad, nuestras pasiones. Nos definen nuestras decisiones, y no solo las grandes elecciones que marcan el rumbo de nuestra vida, también aquellas que tomamos cada día.

Nos define estar: ser amigos leales, padres presentes, hijos amorosos, abuelos que escuchan con paciencia, hermanos que sostienen en momentos clave.

Nos define nuestra integridad.

Nos define nuestra ausencia o nuestra presencia.

Nos define lo que hacemos cuando nadie está mirando.

Eso es lo importante. Eso es lo único a lo que me apego, porque queremos habitar el hoy y el ahora con plena conciencia.

Cuando el pasado insiste…

Pero hay quienes no logran dejar ir, quienes se aferran con uñas y dientes a lo que una vez fueron. Aún y cuando no sea precisamente cierto lo que fueron, sino simplemente lo que su memoria decidió conservar. Sin embargo, aquello es como quien intenta sujetar arena en un puño.

Esos son quienes quedan atrapados en sus propias trampas, y desde ese lugar asumen que todos estamos atrapados también. Perciben el pasado como un templo sagrado, un territorio que no debe tocarse. Se niegan a evolucionar y, en consecuencia, no pueden aceptar la evolución de los demás.

Se acogen a sus recuerdos como si éstos fueran confiables. Confirman sus narrativas repitiéndoseas a sí mismos o quienes ponen sus oídos por una razón u otra. Luego llegará el momento en el que todo se convierte en su realidad, en su verdad y su versión termina en piedra caliza o arenisca pero en piedra.

Aquellas son las voces que insisten en que el ayer era mejor, que todo tiempo pasado fue más brillante, que quien cambia, traiciona. Porque quien se atreve a dejar ir merece desde el juicio hasta la burla, y por tanto, se arremete en su contra sin piedad. Pobres, digo yo, que no saben de lo que se pierden. No obstante, también sé algo que ellos no han querido aceptar: el pasado es referencia, no residencia. Porque además el pasado de cada quien es lo que recuerda y no necesariamente lo que sucedió.

Corresponde construir y reconstruir. Perdonar y pedir perdón. Conciliar y descansar. Aceptar, aún sin necesariamente comprender, y avanzar.

No se trata de negar lo que fuimos, sino de permitirnos ser.

Porque el pasado insiste… pero el futuro llama.

…Y el futuro llama

Quienes decidimos cambiar nuestro mundo a través de decisiones que nos permiten expansión y libertad, vivimos en otros lugares.

Ni mejores ni inferiores sino diferentes.

Soltamos.

Nos movemos.

Fluimos.

Elegimos la posibilidad sobre la rigidez.

La transformación sobre la resistencia.

El presente sobre la nostalgia embalsamada.

Pasamos la página y seguimos.

Y como estamos convencidos de que podemos cambiar el mundo, lo hacemos.

Así sea solamente nuestro pequeño mundo.

Hoy, aquí, ahora

Quienes me conocieron en el pasado saben que me impulsaba y movía con gran fuerza desde el ego. Era lo que creía que tocaba en aquel entonces, aunque no fue mi elección sino mi sobrevivencia.

Mi actividad profesional, el desarrollo de mis empresas, mi reputación, mi marca personal… Todo se mezclaba en un cóctel perfecto que mi ego disfrutó con entusiasmo.

Y habrá quienes pretendan definirme por aquella fase de mi vida, pero ese problema no es mío.

Si alguien insiste en verme encapsulado en aquella versión de mí, que me vea. Es su problema, aunque todo en su momento y oportunidad, siempre será mejor una conversación por tardía que parezca.

Apenas el domingo pasado tuvimos una conversación que resultó difícil, después de casi cuatro décadas sin comunicación. Presenté mi agradecimiento y mi ofrecimiento por la paz que llega al dejar ir, aunque muy a mi pesar creo haber fracasado.

El viaje tuvo su maravillosa recompensa de una forma inesperada y a la vez, me volvió a enseñar que vive en el pasado quien no comprende la temporalidad de nuestra existencia.

Así, en el hoy, en el aquí, en el ahora, decidimos vivir en otra dimensión que exploramos con fascinación, para descubrirla como quien deja que una flor se abra a su propio ritmo en primavera.

Gracias Álex por explorar, descubrir y abrirnos juntos.

Moverse desde el corazón y no desde el ego es todo un desafío. Y convivir con quienes aún operan desde el ego, otro reto mucho mayor aún.

Pero no, gracias. Prefiero la ligereza de la libertad.

Conectar desde otro lugar.

Conectando con el espíritu

Querido lector, querida lectora, hoy quiero conectar con vos desde el corazón, desde la comprensión de que somos espíritus encarnados y que la espiritualidad no es otra cosa que conexión. Porque así es.

La espiritualidad es, ante todo, conexión. Conexión con uno mismo, con los demás, con el mundo que habitamos.

La espiritualidad es tejido invisible real que nos une.

Y aunque a veces la vida nos pone en mitad de la vía, el tren pasa y nos hace libres.

No tengo mucho más que decir. Respiremos unos instantes. Hagamos una pausa y permitámonos sentir nuestra espiritualidad como esa conexión con absolutamente todo lo que existió, existe y existirá.

La mariposa en mis manos

La libertad ha traído una maravillosa privacidad que cuido con la misma delicadeza con la que se sostiene una mariposa en las manos. No puede ser atrapada sin causarle daño, y cualquier movimiento, por leve que sea, puede hacer que emprenda el vuelo.

Es un instante mágico, y por eso lo gozo profundamente.

Porque el pasado insiste, pero el futuro llama. Extraño a mi madre profundamente, y así, como ella lo deseaba siempre, avancemos.

El pasado insiste, el futuro llama. La vida, aquí y ahora, espera a quien se atreva a responder.

 

 

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