Todos los textos que he publicado recientemente en A Fuego Lento han nacido del deseo de compartir e inspirar. Y lo subrayo porque pienso en ello y sé que no siempre ha sido así. En el pasado, cuando me decía publicista y empresario, en mis escritos a menudo subyacía un afán por construir mi marca personal y mostrarme exitoso. Pero eso quedó atrás.
Hoy, escribo agradecido por el regalo de la vida que es conocer y descubrir, siempre abierto a nuevas experiencias, con la única intención de abrir el corazón a quienes buscan nuevos caminos y conexiones más humanas.
Un reencuentro casi una década después
Mi última aventura ha tenido lugar en la pintoresca costa noreste de España, en la conocida como «Costa Brava». Una región de belleza salvaje, con acantilados escarpados y playas cautivadoras, donde uno puede contemplar paisajes asombrosos mientras disfruta de la maravillosa gastronomía mediterránea.
Sin duda alguna, el escenario perfecto para un encuentro que rompe esquemas: Kinnernet Costa Brava.
Para el que no lo conozca, este evento es mucho más que una simple sucesión de conferencias. Es un retiro donde mentes inquietas se reúnen para imaginar, crear y colaborar sin las limitaciones de las estructuras tradicionales, en el que se redefine por completo cómo concebimos la colaboración profesional y personal.
Y así lleva siendo desde la primera vez que asistí, hace ya casi diez años.
Fue en junio de 2015 cuando mi buen amigo Roberto Saint Maló, con quien comparto tanto experiencias como inversionista ángel como una curiosidad insaciable por lo nuevo, me invitó a lo que describió como un experimento social, cultural y creativo.
Guardo un recuerdo entrañable de aquel primer encuentro. Marcó el comienzo de una etapa importante en mi vida. Fue la primera vez que experimenté el aprendizaje en un ambiente verdaderamente relajado, abierto a ideas y personas, sin agenda ni pretensiones. Y siempre me acompaña porque inmediatamente después viajé a Paris con la intención de cerrar el acuerdo de compraventa de Tribu con el equipo de Yannick Bolloré en Havas. La no-conferencia recién vivida me sirvió para romper el hielo en las conversaciones, y eso influyó de manera muy positiva en la negociación con los franceses.
Una década después de aquel primer Kinnernet coincidí de nuevo con Roberto en el Kinnernet Santa Teresa, en Costa Rica, al que también asistió David Grebler, anfitrión del Kinnernet Costa Brava. Fue esa reconexión la que después me llevaría hasta España, al encantador pueblo de Santa Cristina d’Aro, para vivir otra edición de este retiro tan singular.
Regresar fue como redescubrir una parte de mí. Ese precioso lugar que albergaba en mi memoria como un eco lejano volvió a cobrar vida. Y más aún, porque durante mi estancia tuve la oportunidad de visitar la espectacular «Casa Mágica», un museo dedicado al arte del ilusionismo donde el veterano mago Xevi, ya octogenario, ha ido reuniendo a lo largo de los años una asombrosa colección de artilugios y curiosidades mágicas de todas las épocas. Y donde aún hoy continúa deleitando a grandes y pequeños con sus trucos.




Me impresionó que su pasión por la magia tras más de 60 años de oficio vibrara como si acabase de empezar. Se sentía en el aire. No me cabe duda de que muchos de los niños que visitan el lugar terminan haciendo de la magia su vida.
Un lugar de cierres y nuevos comienzos. Como mi propia experiencia en Kinnernet.
Algo más que emprendedores
Lo más valioso de Kinnernet es su gente. Eran 120 hermosas almas, y entre ellas, emprendedores tecnológicos, gamers, diseñadores, defensores del capitalismo social, filósofos, médicos, artistas, científicos… La riqueza del evento está en la diversidad. Pero, más allá de sus profesiones, lo que realmente une a quienes asisten es una actitud interior: curiosidad, humildad y una pasión compartida por aprender y contribuir.
Debo decir que me produce satisfacción haber sido uno de los participantes con más vueltas al sol. En estos eventos las canas escasean, como si los que acumulamos años no tuviéramos lugar allí, pero considero que somos precisamente quienes más motivo tenemos para estar, pues podemos ofrecer perspectiva, templanza y escucha.
Además, en mi experiencia, pocas cosas resultan más enriquecedoras como ver el mundo a través de los ojos de quienes tienen 10, 20 o incluso 30 años menos.
Es en ese intercambio intergeneracional donde brota lo realmente transformador… y de ello me he beneficiado a todo corazón.
Actividades inesperadas como norma
Si algo distingue al Kinnernet Costa Brava son sus actividades. Algunas son tan inusuales como inolvidables: el «gadgetón», donde se presentan y se prueban en vivo inventos; la «cooking madness», una noche en la que todos cocinan juntos; el «talent show», lleno de risas, emociones y sorpresas; la fiesta temática, en la que se nos permite jugar y disfrazarnos para romper con moldes rígidos; los baños en agua helada, que despiertan el cuerpo y el alma.










Todas las actividades son un pretexto para conectar, para desarmar egos, para compartir desde lo genuino.
Por mi parte, al igual que hice en Santa Teresa, en esta edición ofrecí algo distinto a una presentación: una conversación sobre el arte de dejar ir. Inspirado por los libros Becoming Nobody, de Ram Dass, y mi propio libro, El arte del Desapego —que se publicará en septiembre—, reflexioné junto con Roberto Saint Maló sobre lo que implica abrir las manos y soltar. Porque muchas veces el verdadero éxito nace al dejar espacio y no aferrarse.
Lo que uno se lleva
En Kinnernet, no todo ocurre en el escenario. A veces, las conversaciones que más huella dejan suceden paseando por una colina al atardecer, en la cocina mientras se pican tomates o en una piscina de agua fría a las siete de la mañana. Porque en ese espacio conviven, sin jerarquías ni paredes, cuestiones técnicas y especializadas, como el porvenir de la inteligencia aplicada, el activismo analógico o la necesidad de generar valor compartido en un mundo hiperconectado, con temas controvertidos y profundamente humanos, como el suicidio de adolescentes y la inmortalidad, llegando incluso a reflexionar con franqueza sobre la muerte de la propia muerte.
Charlas sobre ciencia, ética, tecnología y lo existencial hacen del evento algo único. Pero estas no serían posibles si el evento no crease las condiciones ideales para que surjan micro conexiones que luego se transformen en semillas de futuro.
Tras cada retiro, muchos regresan a casa con la chispa encendida. Muchas empresas y fundaciones han sido creadas tras un Kinnernet, al igual que muchos talleres educativos y documentales. Pero también se dan transformaciones más sutiles: cambios de mentalidad, nuevas preguntas, amistades inesperadas. Estos pequeños impactos no aparecen en Instagram, pero acompañan por siempre.
Este tipo de experiencias siempre expanden la mente y abren el corazón. Compartir espacios y vivencias con quienes piensan distinto es lo que nos lleva a madurar, especialmente cuando se hace desde la curiosidad y el respeto. Escuchar sin interrumpir, preguntarnos por qué piensa así esta persona en lugar de cómo puedo rebatir lo que piensa, son grandes aprendizajes.
Un último regalo: fútbol, viaje y gratitud
Mi aventura no terminó ahí. Después del evento, aún con la energía del Kinnernet vibrando en cuerpo y mente, tomé rumbo hacia Barcelona, una ciudad que siempre me ha inspirado. Allí asistí a un clásico entre clásicos, el duelo entre Barça y Real Madrid.
Tuve la suerte de poder vivirlo en el estadio, en medio de miles de voces, en esa atmósfera eléctrica que solo el fútbol puede generar.
Ver al Barça —mi equipo— ganar 4-3 fue un cierre perfecto a una semana de encuentros, creatividad compartida y reflexión. El pitazo final me hizo sonreír no solo por lo que significaba para el club, sino también porque en la alegría desbordante de todos a mi alrededor me detuve por un instante a pensar lo que significa estar vivo, presente y disponible.
En esa sonrisa celebré lo vivido, lo aprendido y también lo soltado después de más de 40 años de trabajo. Tener la posibilidad de detenerme, de elegir ir a un evento y luego a un partido, no es un lujo, es la cosecha del fruto sembrado.