PUBLICISTAS Y EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO

El Síndrome de Estocolmo es un estado psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la autoridad formal, según Wikipedia.
Interesante y revelador. La subordinación complaciente del publicista a su cliente importante, tiene una explicación: parece ser cuestión de sobrevivencia. Al igual que en el caso de la víctima de un secuestro, asume que su vida corre peligro y que su éxito o fracaso depende de la voluntad exclusiva de su cliente, a menudo en la figura de un brand manager, un gerente de mercadeo o un gerente general. No es de extrañarnos que, por este temor, los publicistas nos hayamos convertido en una suerte de people pleasers, y que por ello, no alcancemos con frecuencia nuestro máximo potencial de contribución efectiva.
Igualmente, no son pocos los clientes que actúan como captores y que prefieren dominio y control total, enajenando la libertad creativa, el entorno propositivo, el ambiente propicio para la generación emocionada de ideas e iniciativas. Bajo el efecto del síndrome de Estocolmo, no somos pocos los que hemos caído en un momento u otro, en la trampa de hacer lo necesario para complacer a quien nos domina.
Wikipedia agrega que los rehenes tratan de protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, en donde tratan de cumplir los deseos de sus captores. ¿Suena conocido? ¿Explica esto la conducta que a menudo vivimos gerentes o directores, creativos o ejecutivos? ¿No es a menudo así entre subordinados con sus jefes?
De hecho, la cadena de control establecida desde la infancia, así como los daños y dolores personales en el crecimiento de cada uno, se mezclan con la cultura de autoridad y subordinación para crear un complejo sistema de captores y secuestrados que enferman las relaciones y minimizan los potenciales, tanto individuales como colectivos.
En esas situaciones en las que nos hemos visto todos, no es de extrañarnos que el gerente de mercadeo silencie frente a sus jefes y nos deje morir solos en una presentación, cuando la campaña está fuera de estrategia por un brief mal enfocado. En una cultura en donde se privan las libertades, es normal observar miedo al error, a ser despedidos, a perder la cuenta, a no lograr agradar al captor.
La relación al Síndrome de Estocolmo enciende una luz que explica algunas conductas de subordinación extremas y que poco contribuyen a liberar nuestro talento. Por esto, quienes tenemos algún grado de autoridad, debemos cuidarnos de no generar involuntariamente estas condiciones, y por esto, la tolerancia es una condición necesaria. Igualmente, en nuestras relaciones con personas en una posición de autoridad, debemos cuidarnos de evitar el temor y la frecuente cobardía que se genera cuando nos sentimos en peligro de perder la cuenta. Sepamos distinguir cuando la lealtad se confunde y se entrega a un abusador más poderoso, y observemos con atención el estado de todas nuestras relaciones. La esclavitud económica existe y por esto, solo encuentro salida en la valentía personal y la confianza personal en tu Ser Superior.
¿Padecemos de algún grado del Síndrome de Estocolmo? En tu condición de parte de un equipo de trabajo, del lado del cliente o de la agencia, ¿estás en relación con algún secuestrador de tu talento y verdadero potencial? ¿Será que dócilmente optamos por la seguridad que nos ofrece decir y proponer lo que agrada? ¿Tendremos las agallas para denunciar condiciones de abuso o privación de libertades?
Atención y valentía, compañeros y compañeras, que Dios no nos pondrá una prueba demasiado grande para cada uno de nosotros. Fortaleza y honor, que no vale la pena una vida en cautiverio. Libertad o muerte, que no existe peor condición que la esclavitud espiritual por la común subordinacion, a menudo no percibida, en las relaciones económicas de hoy.
Tenemos que mantenerlo en nuestro corazón y en nuestra mente: lo que hacemos en nuestras vidas, hace eco en la eternidad.
Artículo originalmente publicado el 5 de mayo del 2007.

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