Hace unos años con una historia me contaron una idea poderosa, y hoy la quiero compartir con vos por tratarse del Día del Niño, en breve y en sencillo.
Me recomendaron que el carro de mi vida debía llevar tres pasajeros: tu yo adulto, tu niño interior y tu ser superior. Y después, me contaron de todas las posibles combinaciones en la ubicación física de éstos tres ocupantes de tu automóvil, o será tal vez, tu autovida.
En el primero de los casos, es muy posible que todos hayamos sido conducidos por nuestro niño interior, pues todos fuimos niños y por lo tanto en toda coherencia así debimos llevar la vida: como niños. Muchas personas, sin embargo, lo dejan al volante para siempre, y por esto no es de extrañarnos que algunos pasen de choque en choque, de un accidente a otro, destrozando su autovida. Hay gente que pareciera no crecer nunca y que por consecuencia viven todas las implicaciones que cualquiera podría esperar al tener a un niño en el volante de su carro.
En la evolución de la vida, lo más sano es pasar al niño al asiento trasero y entregarle el volante al yo adulto que crece y se desarrolla en cada quien. Sin embargo, para quienes desaparecimos o dejamos botado al niño en nosotros, por un tiempo o por una vida, llegamos a perder la capacidad para divertirnos, para jugar, para soñar despiertos, relajarnos en el entretenimiento o más importante aún, para poder tener amigos imaginarios, ilusiones y fantasías. No es de extrañarnos que muchos ateos o agnósticos suelan ser puro yo adulto en una visible ausencia de ese niño, y por lo tanto, padecen de una suerte de paraplejia emocional, que no permite creer, tener fe y sentir a cada paso la existencia de un Ser Superior.
En mi caso, por muchos años viví sin mi niño interior en el carro de mi vida, y por tanto, por mucho tiempo tuve una enorme dificultad para desarrollar una sostenida relación con Dios. Bastó un proceso de recuperación del niño interior para lograr el balance maravilloso cuando lográs conciliar a tu adulto y tu niño, para dar el espacio y relevancia vital a tu Dios. Mi adulto me llena de dudas y sospechas, que posiblemente me llevaré a la tumba. Sin embargo, mi niño me hace creer que es posible, me permite intimidad con el Padre y amistad con el Hijo. En el equilibrio de éstas tres personas está una idea que en mi caso ha hecho sentido y ha crecido feliz.
En mi experiencia, sin embargo, creo que hay aún una mejor asignación de los asientos, y que se da cuanto mantenés a tu niño en el asiento trasero, pero como adulto te pasás al asiento del copiloto, para luego entregar el volante de tu vida a Dios.
Hoy se me hizo que sería una buena idea contarte ésta historia, y a la vez para celebrar así la recuperación del niño que por muchos años estuvo ausente en mi vida. ¡Feliz Día del Niño!