¿Cómo será el mundo después del covid-19?

Covid-19

Se lo pregunté a Google y me entregó 241 millones de respuestas. ¡Mierda! Luego modifiqué levemente la búsqueda y al cambiar “el mundo” por “la vida”, me tiró 2 millones más aún. Es decir, no tenemos ni la más pálida idea.

¿Cuándo tendremos vacuna para el covid-19? –Entonces corrí con la misma búsqueda y terminé igual, pues arrojó casi 39 millones resultados. Entre comillas consulté “¿Cuándo terminará la pandemia?” y finalmente tendría que revisar solamente 201,000 respuestas.

No seguí más y decidí compartir mi interpretación. Después de todo, cuando consulté “¿Cómo será la vida de Jorge Oller después del covid-19?” obviamente no obtuve un solo resultado. Por tanto, el omnipresente buscador no lo sabe y puedo confirmar que yo tampoco. En resumen, no tenemos ni la más mínima idea.

Lo que sí sabemos, es que el 2020 ya tiene su marca en una palabra: extraño. Así es.  Hoy el nuevo corona virus destierra, aparta, confina. Por la crisis sanitaria, nos despatria, expulsa y abandona. A la vez, para ver una señal interesante, nos quita las máscaras de la sociedad en la que vivíamos y nos coloca un cubrebocas. ¡Buenísimo!

Tal vez así aprendamos finalmente a escuchar el doble y hablar la mitad. Con la boca cubierta y el prudente distanciamiento social, podríamos estar acercándonos más a nuestra esencia. Después de todo, necesitamos poco para ser profundamente felices, siempre y cuando tengamos salud, techo y alimentos sobre la mesa.

En mi caso, en tres ocasiones me despedí. Cuando pude reconocer que hacía mi última presentación a Incae en Ollería. Luego cuando me despedí de mi amada Tribu en aquella maravillosa Tribal.  Y finalmente cuando terminé una presentación en el Marriott Los Sueños ante un grupo de emprendedores. En pocas palabras lo pude reconocer: me harté de oírme. Y no quise más. Decidí que era tiempo de partir. Entonces, el cubrebocas no me ha sentado mal.

Al dejar de hablar tanto he descubierto que escucho más. ¡Cómo no lo hice antes!  Al estar a la distancia observo a más profundidad. Por tener más tiempo en casa, gozo de lo que antes me perdía. Disfruto más a los nietos y mis hijos, juego más rummikub con Alex y exprimo el Apple+ y un poco de Netflix también. Al dejar de viajar y contar con mucho menos de los anestésicos de antes, siento más la gravedad, percibo hasta en los poros y me asombro con más regularidad. Después de todo, en la pandemia no todo está mal.

El problema lo tenemos con la humanidad. La absoluta mayoría desea regresar a la normalidad. Las bolsas de valores quieren crecer y los índices así lo están reflejando. No obstante, llegará el momento en el que nos soltarán –como cuando se abre el portón del corral– ¿para salir en manada desbocados sin cubrebocas otra vez?

Espero que no, pues es tiempo perfecto para tomar decisiones personales importantes. En medio de una pandemia global y el colapso económico mundial provocado, podemos aprovechar para que sea un antes y un después. Es un buen momento para hacernos la más importante de todas las preguntas ante cada disyuntiva, hábito, relación o condición: ¿cuál es la más sabia decisión?

Yo me propongo proteger el tiempo que hoy paso en familia. También he decidido identificar las relaciones que deseo proteger, rescatar o simplemente dejar ir. Pienso jugar más ajedrez, bajar los kilos de más y recuperar condición física. Es en resumen, tiempo para reducir y eliminar, para descongestionar la vida, para elegir solidaridad, prosperidad y felicidad.

Mientras tanto, en lo personal me preocupa y duele profundamente el presente. Mucha gente la está pasando mal. La velocidad del contagio, la escalada de muertes, la crisis económica y el desempleo, las personas sin alimentos, en angustia y sin paz, el agravamiento de la pobreza, entre mucho más, colocan al 2020 como uno de los más duros e inusuales años de la historia. Por esto, es tiempo de ser consecuentes, para actuar solidarios y vivir solidarios. Hagamos todos nuestra contribución.

Ha sido contra intuitivo enfrentar la pandemia quedándonos en casa. Con las consabidas excepciones –entre ellas los heroicos trabajadores de la salud y servicios esenciales– nos confinamos, aislamos, alejamos y vivimos en impotencia. El enemigo es invisible a los ojos y la guerra apenas la burlamos lavándonos las manos.

¿Cómo será el mundo después del covid-19? No tengo ni la más pálida idea.

Solo por esto, mejor me dedico al mundo interior. El ermitaño crece y se acomoda.

Extraño 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

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