Últimamente se suceden en nuestras vidas noches de esas que pasan a convertirse en recuerdos que no se olvidan, noches que uno no anticipa y ante las que lo único que puede hacerse es sonreír cuando se rememoran.
Ya compartí en el anterior post lo vivido durante la velada de presentación de El arte del desapego en Madrid hace un par de semanas. Una noche mágica en compañía de personas maravillosas en la que tuve el placer de compartir conversaciones enriquecedoras y muy humanas. Esa fue una de esas noches a las que me refiero, y en su momento creí que no podría superarse.
Entonces aún no sabía lo que me aguardaba en Costa Rica.
La noche del 25 de noviembre
Quizás las noches se convierten todavía más especiales cuando se viven en la tierra propia.
Me resulta difícil describir lo que sentí al ver el auditorio Texas Tech, en San José —cedido por cortesía de mis hermanos de vida: Mome y John Keith—, repleto de gente. Más de un centenar de personas que quisieron acercarse motivados por una mezcla de cariño y curiosidad.

Esta nueva velada de celebración de El arte del desapego fue organizada por dos amigos del alma, Edgar Mata y Carmen Fallas, y Alexandra Franco -mi Álex- quienes dedicaron su tiempo y su imaginación para idear un formato distinto a cualquier otra cosa: un foro íntimo y brutalmente honesto. Edgar, además, se encargaría de conducir el evento con esa profesionalidad que siempre lo ha caracterizado, pero sin poder esconder que lo hacía desde el corazón.
«Nada grande sucede sin una intención amorosa detrás», citando un fragmento de mi propio libro. Es una frase que tengo muy presente y en la que me descubro pensando siempre que me veo en presencia de pasión, empeño y esfuerzo en el fruto del trabajo de cualquiera.

Lo que allí me encontré al llegar me dejó sin aliento. Sabía que iba a presentar mi primer libro, lo cual ya de por sí tiene suficiente carga emocional, pero no pude anticipar —o quizá no quise adelantarme a sentir— la magnitud del abrazo colectivo que me esperaba en el interior. Allí me topé con pedacitos de mi propia historia, muestras de los caminos escogidos, de los errores y de los aciertos. De lo vivido. Una experiencia de las que te dejan al borde de las lágrimas y que percibí como un acto de auténtica gratitud.
Y cómo no podía ser de otra manera, la presencia de mi familia fue un regalo inmenso. Ahí estaban Alberto Franco, mi cuñado; Jhon García y Luisa López, nuestros primos de Miami; mis primos Maritza y Douglas, también mis nietos amados, Mauricio y Gastón, acompañados en espíritu por Rafael, que con apenas dos años ya dormía profundamente para cuando llegó la hora. Y, por supuesto, lo más esencial: mis hijos, Santiago y Adriana. Ellos —nuestro orgullo, nuestro centro— han sido, sin proponérselo, gps y faro.

Los amigos que llegaron vinieron desde muy distintos rincones de la travesía por la vida. Tantas sorpresas y alegrías como personas en el auditorio. Mientras escribo, repaso rostros y sonrisas, abrazo cada alma presente.
Me sentí verdaderamente acompañado. Cada sonrisa, cada mirada sostenida, cada pregunta, cada gesto, cada mano estrechada al terminar… todo fue una manifestación de cariño que nos rebasó.
En la presentación, por cada libro entregado ADA, la asociación Amigos del Aprendizaje, recibió de los asistentes una donación para su programa “Mi cuento fantástico”. Su generosidad agradecida.
Gracias a todos los que estuvieron allí. Gracias de todo corazón.

Tres voces, un mismo pulso
En el escenario me acompañaron tres personas maravillosas: Julio González, Margaret Grigsby y Antonio Hernández-Rodicio. Todos ellos tomaron el libro, abriéndolo desde sus propios mundos, y me ofrecieron perspectivas sorprendentes.

Recuerdo haber leído en algún lugar, de boca de un escritor cuyo nombre ahora mismo no recuerdo, que un libro deja de ser tuyo cuando cae en manos de un lector, pues entonces pasa a ser de ese mismo lector, quien lo leerá con su mirada. Y es cierto. Los lectores toman un texto y lo llevan al lente de sus propias experiencias.
Algo que en determinado momento señaló Margaret se me clavó en el alma y me dejó pensando. Ella, siempre lúcida, capaz de leer no solo las palabras, sino lo que estas esconden, dijo que el libro contenía «pasajes crudos, sinceros, reveladores, puestos ahí sin maquillaje, con el anhelo de conectar».
No se equivocó. Eso era —y es— exactamente El arte del desapego.
También Antonio me hizo reflexionar sobre mi propio libro cuando desveló que había entendido el desapego del que hablo como un actor de amor, «el amor que sucede al aterrizaje brusco en la realidad, estimulante y humano».
Como él dijo: todos nos hemos preguntado en algún momento qué estamos haciendo con nuestras vidas, qué nos estamos perdiendo y si estamos dejando de hacer lo que de verdad merece la pena.
La mirada de Julio asimismo me resultó fascinante. Él extrajo del libro la titánica tarea que es pelear día a día con el ego para dominarlo, para someterlo; también el valor de admitirlo sin miedo al qué dirán y el llegar a estar verdaderamente «arribado», en el sentido de sentirse completo, sin lastres.

Con suerte, a partir de ahora el libro acompañará a otros también.
El arte del desapego transita entre lo aprendido y lo vivido, entre la búsqueda y las revelaciones, entre las vulnerabilidades y lo que uno descubre de sí mismo cuando deja ir lo que ya no le pertenece. Pero no debe entenderse como un gesto brusco ni una renuncia amarga, es un aprendizaje, porque el desapego es el camino hacia la recuperación del camino interior, hacia aquello que realmente importa.
El Arte del desapego va y viene de esos aprendizajes a historias personales, anécdotas y momentos, de fragmentos de este blog a fuego lento a vivencias que espero agreguen a cada persona que lo lea. Es y ha sido un emocionante experimento literario.
Lo más importante: Álex
Fue una noche espectacular. Pero tengo que decir, y lo hago con el corazón en la mano, que nada tuvo fue más importancia para mí que el momento en el que tuve ocasión de reconocer de manera pública a Álex, mi esposa, mi inspiración, mi musa, mi sostén.

Ya son casi cincuenta años de caminar juntos. De crecer, de reír, de tropezar y errar, de reinventarnos sin anunciarnos.
Ella está en todas y cada una de las páginas del libro, y ya lo estaba incluso antes de que hubiera letras en las páginas en blanco. Puede que la dedicatoria sea breve, pero para mí significa una vida entera: A Álex.
Cuando la mencioné después de una pregunta del público en la voz de Diego García, el auditorio estalló en un aplauso que sigo escuchando. Como lo digo en el libro, siempre he tratado de que me guíe como principio: no se agradece, se honra.

Lo que viene
El arte del desapego vuela libre. A partir de hoy, 3 de diciembre, se publica en España, y desde ese mismo día puede encontrarse en versión ebook.
A Costa Rica y otros países de Latinoamérica llegará muy pronto. La fecha exacta es aún desconocida, pero apenas la conozca, la haré pública.

Me gustaría cerrar este texto con unos versos de un poema de Nelson Mandela sobre el perdón, la liberación, la esperanza y el futuro que Antonio Hernández-Rodicio compartió con nosotros. Provienen de un poema titulado Dejar ir:
Dejar ir no es habilitar, sino permitir aprender de las consecuencias naturales. /
Soltar no es intentar cambiar ni culpar a otro; solo puedo cambiarme a mí mismo. /
Soltar no es ajustar todo a mis deseos, sino tomar cada día como viene y apreciar el momento. /
Soltar no es proteger; es permitir que otro enfrente la realidad. / Dejar ir no es negar sino aceptar. /
Soltar no es lamentar el pasado, sino crecer y vivir para el futuro. /
Soltar es temer menos y amar más.