TRANSPORTADOS POR DAVID COPPERFIELD

Hace un tiempo en Hong Kong nos fuimos a ver un show de David Copperfield, sin imaginarnos que seríamos elegidos al azar para ser parte de un grupo de 13 personas que fuimos teletransportados del escenario a la parte trasera del auditorio, en el acto de cierre y frente a miles de personas, entre ellas, nuestros hijos Santiago y Adriana.

Después de una extraordinario show de casi hora y media, lanzaron unos gigantescos globos a rebotar por el público, flotando en el aire de unas manos a otras. Cuando se detuvo la música, yo tenía una de ellas en mis manos y Adri otra, que con velocidad la pasó a Alex, mi esposa, dado que no podían subir menores de edad para el gran final.

Nos colocaron en unas sillas alineadas en dos filas, nos entregaron unos focos y unos cascos de constructor con luces en ellos. Se inicio el gran acto de teletransportación y en unos minutos, después de que se abrieron y cerraron cortinas alrededor nuestro un par de veces, cuando menos lo pudo imaginar el público entero, estábamos las trece personas en la parte trasera del auditorio con nuestros focos y los cascos, ante el total asombro de lo que habían presenciado. Nos sentimos como estrellas de rock, con miles de personas vitoreando a Copperfield y en hilaridad total, ovacionándonos por haber sido parte de una visión increíble.

Al terminar el show del gran visualizador del siglo, nos llevaron a un cuarto pequeño. Ahí llegó una persona del staff y nos dijo que en unos minutos llegaría Copperfield, lo que en efecto sucedió. El tipo es un showman espectacular, bien parecido y claramente en control total de su escenario, con un gran sentido del humor, confianza en sí mismo y actitud persuasiva. Nos dijo que muchas personas vivían de su show, muchas familias y todos ellos, que invertían fuerte en cada uno de sus actos y que dependían totalmente de nuestro apoyo.

Nos dijo: “Les ruego que consideren responder a las preguntas que van a recibir, con una de las siguientes tres versiones”. Y continuó después de ofrecernos a cambio una foto suya… autografiada. Yo no lo podía creer. Sin embargo, las versiones que nos propuso iban más o menos así. En primer lugar, que nos elevamos con unos arneses al techo, cubiertos por una especie de manga negra que nos escondía al público, donde encontramos otros cables y que luego nos pasaron hacia atrás. La segunda que dijéramos que por una serie de espejos colocados de una manera increíble, habíamos sido movidos de nuestra sillas sin esfuerzo alguno y sin que nos vieran. Y por último, y lo dijo claramente, su preferida, que dijéramos que no habíamos tenido idea alguna de cómo lo había hecho.

Fue realmente impresionante y una lección de vida que hoy quiero compartir. Las miles y miles de personas vamos a estos shows dispuestas a creer y deseosas de ser asombradas, pues para ello pagamos los tiquetes de entrada. Igualmente, al frente se coloca un profesional de la visualización, los efectos especiales y los instrumentos para hacer creer, que comprende nuestras expectativas y está dispuesto a darnos ese asombro, con recursos que parecen magia, que sorprenden y dilatan todas nuestras pupilas por la simple reacción a sus habilidades, demostraciones y persuasión, su fantasía e imaginación, además de talento escénico y entretenimiento calculado por cada segundo que transcurre en el escenario.

Me dejó claro que a menudo que somos gente que quiere creer y desea ser asombrada. Y tanto en un show de Copperfield como en la televisión, el cine o el parque. Por esto, los publicistas y mercadólogos, los que construimos marcas, como expertos en el manejo de las imágenes, el sonido y la visión, podemos darles mucho de lo que esperan, comprendiendo que somos nosotros los que estamos en el escenario. Así la decisión que debemos tomar es simple: entretenemos o aburrimos. Seducimos o informamos. Cautivamos o promocionamos.

Ninguna persona enciende la televisión para que le demos información de una margarina, una galleta, un carro o una rasuradora de tres hojas, con todo respeto para la margarina, la galleta, el carro o la máquinita para afeitar. Más bien, esperan de nosotros más entretenimiento y asombro, más deleite y gozo, más sorpresa y humor, sentimientos y emociones. ¿Es muy difícil entender esto? Pocos van al museo a informarse, o pocos entran a Internet para dormirse o solo algunos abren una revista para que le gritemos una promoción. Por esto, por obvio que resulta, hay que recordar de nuevo que en la publicidad, tenemos que tomar las marcas para entretener y asombrar, para conectar y establecer una relación, para provocar una experiencia y lograr que la gente la quiera más que a la competencia.

Copperfield nos dio una lección extraordinaria que hoy quise compartir en estos párrafos del día. Sin embargo, y para terminar, en cuanto a cómo fue que realmente nos teletransportó a Alexandra y a mi, con otras once personas, tengo una sola respuesta: ¡no tengo ni idea!

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