CARGAMOS NUESTRO EQUIPAJE EMOCIONAL LLENO DE DOLOR.

Hace unos años estuve en un taller de una semana completa en Tennessee, donde nos aislamos cerca de 50 personas de todo lo que nos anestesia y aleja de nuestras emociones. La experiencia me marcó con un punto de giro que aún no deja de incidir en mi vida, como marca los días en los que aprendí del equipaje lleno de dolor que cargamos todos, sin excepción, y todo lo que éste nos afecta. Por esto, quiero compartir una idea y para esto te cuento una historia de esa semana.

En unas sesiones de psicodrama, técnica espectacularmente efectiva y de la que podrías, si te interesa, aprender más en los miles de artículos disponibles en Internet, por ejemplo, conocimos hechos relevantes en las vidas de muchas personas. Sin embargo, a dos me quiero referir por lo mucho que me enseñaron.

Uno de ellos inició su relato al explicarnos el dibujo que había hecho de su niñez, dominado por una enorme sombra negra con rasgos monstruosos, que sin duda alguna se referían a una experiencia tormentosa, como luego lo confirmó. Con un detalle doloroso, y que se reflejaba en nuestros ojos al escucharle, este compañero de una semana nos relató la historia de su niñez marcada por el esposo de su abuela, un hombre de origen Cherokee, alto, fuerte, de piel acaramelada y pelo largo, que abusó de él en ritos enfermos, en compañía de otros hombres, en la oscuridad de los bosques a los que lo llevaban de noche. En aquel trabajo especial, escuché así, de viva voz, una de las historias más duras, a la vez que pude el poder que la mano de Dios había ejercido en la conciliación de este hombre, víctima inocente de un ritual desgarrador. No obstante, continuaba su trabajo de recuperación, pues el dolor que cargó su equipaje emocional lo afectaba aún, de una forma importante. En medio de todo, había logrado construir una vida balanceada, con su familia y su éxito empresarial.

En ese mismo grupo chico, de confianza e intimidad repentina entre gentes desconocidas, otra persona nos contó su momento crucial. Actualmente gay y con una enorme dificultad para sentir, recordaba el momento más duro de su infancia, como aquel en el que su padre le había roto de dos patadas, en un instante de ira, un castillo que había armado con piezas de una especie de Lego. Sin duda alguna, un evento recordado en el contexto de una infancia marcada por abusos verbales y machismo lesivo, que lo condujo a una condición de vida afectada, dañada y fuertemente influenciada por aquel padre bastante común. En la vida de este hombre, sin embargo, no había más que señales claras, una existencia compleja y cargada por soledad, ansiedad y pena.

Entre estas dos historias, como es visible, hay un abismo de diferencia. Una refleja una escena aterrorizante y escalofriante, en circunstancias aparentemente reservadas solamente para una película de terror. La otra, sin embargo, parece más cotidiana y posible en cualquier circunstancia normal en la vida de toda familia. Sin embargo, precisamente en aquella experiencia terminé de entender algo que es importante para todos. El dolor es relativo a cada quien, no exime y es totalmente personal.

Uno vivía las consecuencias de su dolor, visiblemente justificado. El otro también lo vivía, aunque a ojos de los demás, no parecía tan comprensible, pues parecía una situación, si existe el término, más normal. En todo caso, la verdad, no hay diferencia entre uno y otro, pues el dolor es subjetivo, es propio, no se mide en intensidad, volumen, peso o estatura, no requiere de explicación y cada uno de nosotros lo lleva. Se haya percatado o no, lo haya trabajado o no, lo haya descubierto o no.

Tal vez por esto hay tanto alcohólico y drogadicto, tal vez por esto haya tanto trabajólico, deportistas obsesivo, exitoso empedernido, adictos sexuales, sarcásticos crónicos, lectores incansables, críticos destructivos, estudiosos perennes, sonrientes eternos de comercial de pasta de dientes, excedidos en un medicador u otro, una fuga u otra, un bloque u otro. Con anestesia socialmente aceptada o no, todos encontramos alguna forma de mitigar nuestro dolor personal. Lo cierto es que todos aplicamos mecanismos naturales para defendernos de él, y como el niño que instintivamente aleja sus manos del fuego, de adultos lo hacemos de mil formas y no todas inocuas a los demás.

Yo no había entendido esto, y al creerme personaje de una historia de hadas propio de un cuento de Disney, nunca descubrí, sino hasta el final de aquella experiencia de una semana en el invierno, que ninguno de nosotros escapa a la carga que implican esas maletas emocionales que a todos nos toca llevar por la vida. Y por esto, es tan importante alivianar ese equipaje, botar la basura que se acumula, limpiar las bolsas que pesan y procurar lograr finalmente una vida balanceada, a mucho esfuerzo, todos los días, desde el mismo momento en el que nos despertamos.

Sin percatarnos de él, afectamos a los demás. Buscamos mitigar el dolor en mil fuentes equivocadas, repetimos ciclos, perpetuamos los daños y los acrecentamos. Y si no resolvemos e iniciamos la reparación, lo único seguro es que trasladaremos una herencia llena de pesadas valijas cargadas. Desde aquel momento, comprendí que solo hay dos tipos de personas, las dañadas y las que procuran su recuperación.

Por muchos años intenté saciar mi dolor y mi sed en fuentes equivocadas. Por años no entendí mi dolor, como tampoco entendí la forma como lo anestesiaba, lo encubría, lo medicaba. Por mucho tiempo viví, sin darme cuenta, víctima del efecto universal que provoca en todos nuestro dolor personal. Y por esto, dedico tiempo a comprender, tiempo a recuperar y sanar, puesto que si no lo hago, no es posible dejar de hacer daño, como lo hacemos todos, en la familia, con los amigos, en el trabajo, en nuestra vida.

Hoy me encuentro, por supuesto, en la realidad innegable de que sigo, aunque procuro menos cada día, anestesiándome, medicándome y bloqueando. No obstante, también he encontrado en el camino de mis errores que la única fuente que quita la sed que sufrimos es nuestra relación con tu Ser Superior, como cada quien lo quiera llamar. Yo la estoy encontrando en Cristo, en su legado, en su Palabra, y esto es algo que comparto con serenidad y madurez, claro del desafío cotidiano que significa decidir una relación con Él.
Si llegaste hasta acá, supongo que logré capturar tu interés, y que de una forma u otra, me has acompañado un párrafo a la vez, para descubrir hacia dónde voy con estas palabras. Sin embargo, no tengo respuesta ni recomendación más que procurés tu propia recuperación partiendo del perdón, que te asistás armando tu propio círculo de amor, y que busqués balance en tu tiempo y atención a tu cuerpo, tu mente y tu espíritu. Y esto, cada día, uno a la vez.

¿Cuál es tu dolor? ¿Cómo está tu equipaje emocional? ¿Qué tanto has aprendido de tu carga personal? ¿Cuánto afecto hoy mis relaciones por el dolor imperceptible de mi existencia? ¿Cuáles son mis medicadores o anestésicos? ¿Cómo fugo mi dolor y cómo lo traslado? ¿Cuánto daño provoco en mi trabajo, en mi familia, con mis amigos?

Preguntas que requieren respuesta, en especial para el balance y equilibrio de la vida que tanto deseamos disfrutar. Te dejo aquí, amigo o amiga, te mando un abrazo y en esta tarde de sábado apacible, mi sincero deseo por nuestra recuperación. Acá te dejo, después de haber tecleado en desorden por un rato, de haber compartido y de haberte abierto mi corazón.

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