A Las Vegas en sincero

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Por esas cosas de la vida, he visitado “la ciudad del pecado” más de lo que me habría propuesto. Ahí corrí una maratón hace unos años, he pasado un par de fines de año y en la inesperada visita de la semana pasada, fuímos para una presentación de nuevos negocios que fue todo un éxito.

Ahora, dejame decírtelo: Las Vegas es una ciudad ofensiva. ¡El mundo no puede ser tan desigual! Los excesos de Las Vegas son insultantes, y todos los que ahí se divierten lucen insensibles a toda la gente que no tiene ni para comer. En mi primer visita, mi reacción fue de profunda indignación, cuestionándome un ¿qué hago aquí?. Solo que para el tercer día, o antes… pienso que yo era entonces uno más. Esto sigue siendo un desierto, lleno de gente que viene a saciar su sed… con arena. Ahí no van a encontrar agua viva, salvo por unos pocos oásis de verdad.

Toma muy poco tiempo  acostumbrarse al exceso. Y aunque no no soy ni jugador de casino, ni borracho tomador, ni me expongo a los riesgos de un night club, sí, de esos para “caballeros”, en esa ciudad hay más peligros de los visibles entre todas sus luces y resplandor. La vida en mi caso, no necesita de ese tipo de complicaciones, aunque solo acercarse a ellas puede ser fatal. Con todo y la paz de Dios que disfruto desde hace años, tengo que reconocer que Las Vegas es recomendable evitarla. ¡Facilito te acostumbrás y te llega a envolver!

Aún para quienes la hemos visitado para ir a un show, sus restaurantes, las convenciones, los negocios, el “shopping” o simplemente para conocerla, Las Vegas es demasiada atracción toda junta como para no reconocer los riesgos que implica. En un descuido, ahí cualquiera se va en la tira.

En el mundo del entretenimiento, Las Vegas es como un Disney para adultos, solo que con la extra de tener suficiente candela como para destruirle la vida a cualquiera. Y es que eso de que “lo que sucede en Vegas se queda en Vegas” es una solemne tontería. Es como autoengaño combinado con indulgencia, cubierto de chiste de mal gusto y pasajera salida, porque lo que sucede en cualquier lugar o momento de la vida, queda marcado en uno para siempre. Tan poderoso es el pasado, que ni Dios lo ha querido cambiar. Obviamente, “what happens here, stays here” es una absoluta estupidez.

Esta es una ciudad de contrastes y lugar de altos riesgos. Lo que se ve y brilla esconde una realidad peligrosa, llena de dolor y de vacíos. Ahí no se debe flirtear con ninguna de las incontables “ofertas” del mercado, sino por el contrario volar directamente en el sentido opuesto.

Ahora, ¿te das cuenta de la trampa? ¡No hay que ir hasta allá para reconocer de dónde hay que salir corriendo! Las Vegas es una ciudad en Nevada, y riesgos como los suyos los encontra- mos por todas partes. A la vuelta de cualquier esquina hay un “casino” o una “oferta” para atraernos. Somos nosotros los que debemos reconocer los márgenes que necesitamos para mantenernos en la zona segura.

Lo que captura nuestra atención, generalmente es de alto riesgo. Mientras que aquello a lo que decidimos ponerle nuestra atención, usualmente es bueno. Aún en el marco del Cirque du Soleil y las incontables atracciones del mundo, creo que mejor le pongo mi atención a lo que perdura y llena. Así, mejor le pongo mi atención al Openhouse.

¡Saludos!

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